Por Roque Casciero
Pocas cosas conmueven más a un corazón rockero que un montón de gargantas entonando a coro una melodía inmortal. Y por eso mismo, de entrada hay que decir que la presentación de Andrés Calamaro en el Pepsi Music fue conmovedora: un coro de bastante más de 30 mil personas (¿alguien dijo 40?) canta “Paloma”, en un cierre a esta altura ineludible y para el que no valen ni las razones del marketing (es un tema “de la gente” que nunca fue corte de difusión) ni del formato pop (¡no tiene estribillo!). Imposible evitar la piel de gallina, como en otros momentos no se podía dejar de saltar o sentir admiración por la resurrección de un tipo que, hace apenas cuatro años, estaba seguro de que sus días de Cantante eran cosa del pasado. Ese Lázaro que se plantó vestido a lo Dylan –con la rayita al costado del pantalón negro, las botas y el saco elegante– y empezó a cantar a capella los primeros versos de “El salmón”, no sólo marcó el punto más alto de concurrencia en la historia del festival, sino también el de mayor respuesta emocional en esta edición. Tal vez las razones haya que buscarlas por el lado de que el público no era “festivalero”, sino seguidores de Calamaro que preferían cantar y participar del show a sacar fotos de baja resolución. O, sencillamente, porque el Cantante contagió su energía y, de paso, entregó uno de los mejores conciertos de su historia.
Después de que la notable banda que acompaña a Calamaro hiciera estallar “El salmón”, la misma distorsión se prolongó en “Los chicos”, como para que quedara claro que se puede ir contra la corriente sin por eso dejar de hablar La lengua popular. La primera parte del show incluyó varias canciones del último disco del músico: “Mi gin tonic”, “Carnaval de Brasil”, “Cinco minutos más (minibar)”, “La espuma de las orillas” y “Soy tuyo” (presentada como “una canción para adultos”). En el medio, viajes al pasado con “Tuyo siempre”, “A los ojos” y “Todavía una canción de amor”. Calamaro sólo se acercó a los teclados para cantar cerca de Tito Dávila, pero jamás apretó una tecla: en algunos temas se colgó guitarras, en la mayoría ejerció como cantante y agitador, con el pie del micrófono como arma y extensión de su propia humanidad. “Gracias, Juanse, por enseñarme estos pasos en el escenario”, soltó en algún momento, acaso sorprendido él también por su soltura. De una punta a la otra del escenario, o arrodillado sobre la pasarela, agradeciendo a la multitud, Calamaro estuvo en su salsa, quizá como nunca antes. Y la banda fue otro lujo que reconoció con la frase “Estos sí que tocan, ¿eh?”.
“En la verdulería me encontré con Elvis. Estaba con el maquillaje de Paul Stanley (Calamaro tenía una remera con la cara del cantante de Kiss), pero era Elvis, sin dudas”, dijo para presentar una versión rockerísima y acelerada de “Elvis está vivo”, con el bajista Candy Caramelo compartiendo las voces. Después de una inolvidable versión de “El día de la mujer mundial” en la que arremetió con un solo de guitarra, ubicó a “Los aviones” en “la delgada línea que separa una canción de amor de una de reventados”. Con la única ayuda de Dávila y el saco otra vez sobre la remera, Calamaro hizo los tangos “Jugar con fuego” y “Los mareados” (en una versión goyenechesca en la que cambió el estribillo por “los drogados”).
Fue un respiro para el coro multitudinario, que retornó apenas sonaron los primeros acordes de “Estadio Azteca”. De allí en más, una seguidilla de hits rockeros, funkeros, latinos y todo lo demás también. Primero “Te quiero igual” mezclada con “El día que me quieras”, “No woman, no cry” y “Three little birds”. Como nexo con “Loco”, Calamaro se autoparafraseó con la frase “Bob Marley está vivo, se fuma un porro conmigo”. Luego “Crímenes perfectos”, “Me arde”, “Alta suciedad” y “Flaca”, en una reafirmación de la importancia popular de un discazo como Alta suciedad. Ya en los bises, un par de Los Rodríguez (“Sin documentos” y “Canal 69”), justo antes del final más emocionante del festival.
Algunos “compañeros de parrilla” de Calamaro, según su propia definición, habían pasado antes por el Pepsi Music, que vivió no sólo su tarde/noche más concurrida, sino también la de clima más agradable. Uno de los mencionados por el Salmón fue el español Loquillo, que tendrá el jopo canoso pero sabe de lo que se trata la “Rock and roll actitud”: letras que hablan de fierros, mujeres y noche, una banda potente y salir a poner la cara como si la vida dependiera del concierto. Los otros que mencionó Calamaro fueron Los Auténticos Decadentes, quienes siempre son sinónimo de alegría en los festivales. Sin embargo, esta vez casi que se pasaron: ante un público de todas las edades, brillaron con una performance ajustada en lo musical (que no suele ser su principal característica) sin desmedro por el agite y el baile. Obviamente, la montaña de hits que amasaron durante años calentó los ánimos desde el comienzo con “Somos”: “Los piratas”, “Corazón, “Diosa”, “El gran señor”, “Vení Raquel”, “El murguero”, “Gente que no”, “La guitarra” y “Sigue tu camino”, entre otras, conformaron la lista del fiestón más grande de los últimos tiempos.
Por un cambio en la grilla que nadie supo explicar, los Nikita Nipone fueron los encargados de cerrar la noche, después de Calamaro. Claro que al quinto tema ya quedaba un centenar de fans y los encargados de limpiar el predio. Injusto para una de las bandas favoritas del principal anfitrión de la noche. El otro lado de la moneda lo vivieron los Estelares, quienes iban a tocar en el escenario principal muy temprano y terminaron en el secundario justo antes de Calamaro: buena exposición para una banda que se merecía un espaldarazo así. Sponsors, la nueva banda del ex Turf Joaquín Levinton, mostró razones para que el público le prestara atención. A Los Tipitos también les fue bien, el público se enganchó con una lista que incluía todas las canciones del cuarteto que suenan en la radio. Y en el escenario más chico, unos cuantos vieron a Banda De Turistas y a la reaparición de Mamá Pulpa, la banda de la que salió La Mosca Lorenzo, actual percusionista de los Decadentes. Sin embargo, para la mayoría del público la fecha del festival fue sólo la excusa para reencontrarse con ese Calamaro en estado de gracia que, encima, cada día canta mejor.
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