lunes, 22 de septiembre de 2008

Calamaro, superhéroe del rock

Oviedo, Chus NEIRA

Casi diez años después -faltaban 365 días-, en algún lugar próximo al último en que se le vio por aquí, un Calamaro distinto de aquel que en el noventa y nueve derrochó lisergias y rock sin adjetivar en la plaza de toros, pero casi igual en su presencia escénica, logró que algo se incendiara en las pistas de San Lázaro para delirio de 4.000 rendidos espectadores en este último concierto de las fiestas de San Mateo.

El ovetense Pablo Valdés estuvo a la altura de las circunstancias con un público bastante entregado. «Mañana (por hoy) no vamos a salir en la prensa, así que necesitamos que lo contéis vosotros», recitó, asumiendo así tanto su condición de telonero como las necesidades de un solista con banda de rock.

Un cuarto de hora después, en torno a las once de la noche, Calamaro y sus chicos salieron al escenario con un «Salmón» a capella, para enlazar a renglón seguido con la versión en eléctrico. Andrés saltó al escenario con foulard y traje de etiqueta para concierto de rock. Un atril ante su micro, ligeramente iluminado, le daba un aire de director de orquesta. Pero con arrestos suficientes para dejar claro desde el primer momento que iba a ser una gran noche de rock and roll.

La ligera ronquera, como en el caso de Valdés, no hizo más que mejorar el tono de la voz del cantante. Con una banda a la altura de las circunstancias formada por Julián Kanevsky, Diego García y Geny Galo Avelló, a las guitarras; Tito Dávila, sentado a los teclados; el gran Candy «Caramelo», al bajo, y El «Niño» Bruno, a la batería; el loco Andrés se marcó un concierto entregado y apasionado. Venía rodado. Ayer mismo había hecho Madrid. Y eso pareció auparle aún más en su energía escénica.

Siguieron algunas de las mejores composiciones de su último trabajo, «La lengua popular», como «Los chicos» o «Mi gin tonic», aunque no faltaron desde el principio los recuerdos a su etapa al lado de «Los Rodríguez» ni sus maravillosas estrofas de sus años de fin de milenio, con abundancia de canciones del definitivo «Honestidad brutal». El público celebró cada una de estas composiciones como un regalo único e irrepetible. No eran demasiado jóvenes, pero entre el respetable el abanico de edad era suficientemente amplio.

Fue un concierto largo, en familia, pero muy intenso. También con momentos reposados, de tango argentino, con sus grandes éxitos y sus invitados como el celebre Jaime Urrutia.



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