sábado, 28 de febrero de 2009

Yo quiero uno en la mano


Luca, estrenada por Rodrigo Espina hace dos años, marcó el camino. Sin ser una obra maestra del rockumental, su película supo estar a la altura del mito a partir de una receta sencilla: dedicación, armado artesanal y sentido común. Con eso, y una impresionante labor de archivo, alcanzó. Y fue muchísimo. Algo parecido apunta a suceder con Los Rodríguez: 100 pájaros, una road-movie que el cineasta Sergio Bellotti le dedicó a la banda liderada por Andrés Calamaro, y mantuvo 14 años en el cajón hasta hoy. “Es así, las películas te tienen ahí, a la espera, acumulando polvo, hasta que un día te llaman y te piden que las edites. No hay secreto”, dice con la ansiedad que le produce el estreno inminente.

El documental de Los Rodríguez, como aquel de Espina, tiene su propia historia. El encuentro entre cineasta y banda recién se produjo a mediados del ‘94, cuando Bellotti se enteró de que Calamaro iniciaba con Los Rodríguez su primera gran gira nacional, a dos años del éxito de Sin documentos. El director no lo dudó: fue al Gran Rex y sin más le propuso al (futuro) Salmón hacer “un backstage” de la gira. En realidad, Bellotti sabía que se trataba de algo bastante más serio. Pero calló y simplemente se dedicó a filmar. El resultado, al menos en el adelanto al que pudo acceder el NO, es excepcional: se ve a un Calamaro de pelo largo y colita compartir los vaivenes de la gira, ya mostrando una clara voz de mando, aunque no al punto de ocasionar roces graves con sus compañeros Ariel Rot, Germán Vilella y Julián Infante. También se ve el famoso encuentro con Maradona antes del Mundial ‘94, gracias a los buenos oficios de Fito Páez, y “cumbres” con La Mona Jiménez y Charly García, cuando aún reinaba la paz entre éste y Calamaro. Bellotti se hace invisible, pero sin perder el ojo autoral. Y logra su mayor mérito: que los músicos bajen la guardia y se muestren con naturalidad.

jueves, 12 de febrero de 2009

Una obligación, no una virtud

Por Juan Herrero.

En 1999 nació Honestidad Brutal. Se cerraba un milenio turbulento y nacía otro. Siglo XX, cambalache. Puede que ese sea un contexto válido para entender esta obra, pero no es posible alcanzar a entender todo el sentimiento y el arte que se recoge en este disco si nunca se ha tenido el corazón roto.

Los primeros acordes, sonidos y reminiscencias con las que comienza “Honestidad Brutal” nos trasportan a un sentimiento en espiral, oscuro, de un hombre que se revuelca en el suelo que ha besado e intenta rehacerse y emerger hacia la superficie. Esta canción es “El día de la mujer mundial”. Comienza una de las mejores (si no la mejor) creaciones de Andrés Calamaro. Unas letras de codiciada inspiración, se distribuyen con la máxima calidad artística a lo largo y ancho de este doble álbum que contiene el mismo número de canciones que años tenía, en aquel momento, el músico argentino, 37.

En lo personal, para mí marcó un antes y un después en la música. Ningún disco me ha vuelto a atrapar de semejante manera. Por estas canciones no pasa el tiempo porque son atemporales, tienen un sonido auténtico y una producción clásica, sin recursos a la moda del boom actual. Por eso sabe envejecer y mejorar con los años.

Es más, me arriesgo a afirmar que si hoy saliese a la luz “Honestidad Brutal” sería un disco tan sorprendente y revolucionario como lo fue hace diez años.Su causa puede que sea una mujer, o simplemente la excesiva fecundidad artística de un talento sobresaliente. Pero lo cierto es que nos encontramos un corazón abierto en canal, psicoanalizando su mundo y su existencia. Aunque la virtud de esta obra es la diversidad de géneros musicales empleados: puro rock, tango, blues, ranchera, funky, pop… El conjunto de estos elementos es una obra maestra al alcance sólo de los más grandes. Su influencia en otros artistas creo que ha sido notable, según he podido comprobar en diversas entrevistas a lo largo de los años.

El mérito de la grandeza de este disco es también compartido con el productor Joe Blaney y los músicos que participaron en su grabación, como Coti Sorokin, que con el paso del tiempo puede suponer una sorpresa a más de uno como se han ido desarrollando las carreras de cada uno. No me puedo olvidar de nombrar a Mariano Mores que honra con su presencia y su tango a esta obra.

Las canciones también ganaron peso y elegancia en la gira, en la que Andrés tuvo una grandiosa banda llena de grandes talentos como el niño Bruno a la batería, Candy Caramelo al bajo, las guitarras de Gringui Herrera, Guille Martín (siempre añorado), los teclados de Ciro Flogiatta. Ellos, con su buen hacer, elevaron a cotas más altas la calidad musical. Un auténtico lujo haber podido juntar a tantos portentos, tanto en el estudio como en la gira de presentación.

Rompió tabúes ¿no se puede decir “te quiero” en una canción? Pues él lo dice treinta veces si hace falta en “Te quiero igual”. Rasgó temas químicos en “Veneno”. Rindió merecidos tributos a Miguel Abuelo, a Maradona y a todos los amigos ausente. Nos dio, con su mejor arte, más de lo que pudimos darle. Abrió brecha para ir surcando el río, que después remontaría igual que un salmón.

“Honestidad Brutal” una obra creada al límite de lo humano, la coronación definitiva de la montaña apocalíptica y salvaje del rock/pop. Una experiencia que no se termina nunca.

Andrés Calamaro, gracias por otros diez años de sofisticación y materia viva musical.

jueves, 29 de enero de 2009

Todo se descarga

NADA SE PIERDE, EL DISCO (click aquí para descargarlo)

Por Juan Puchades.


Si eres de los que, como yo, disfrutó con los dos volúmenes que a mediados de los años 90 Andrés Calamaro publicó bajo el nombre de Grabaciones encontradasNada se pierdees tu disco. Sí, porque aquellos añorados CDs que no tuvieron continuación –El salmónfue otra cosa: cubría un mismo periodo compositor-grabador– tenían la gracia, y la magia, de presentarnos a Calamaro en sus diferentes facetas: la del explorador musical, la del compositor, la del investigador un poco enloquecido, la del intérprete de temas ajenos... Eran, tal vez, discos no muy recomendables para oyentes poco predispuestos a dejarse sorprender. 

Así que si eres es de estos últimos, lo mejor es que no te molestes en descargarteNada se pierde, un disco que recoge ese espíritu maravillosamente libre y que incluye desde temas grabados en directo (o en pruebas de sonido) en 2007 y 2008 con geniales lecturas de "Los mareados" y "Jugar con fuego", a instrumentales sin fechar como "Jamming with myself vol. 1 y 2", con Andrés desarrollando su faceta más negra, jazzera y funk. O podemos recordar aquellos directos de 1999, en plena gira junto a Bob Dylan y escudado por Guille Martín y Candy Caramelo, en la interpretación magnética de "I Can´t help falling in love" (¡Sí, Elvis está vivo! Pero, por favor, fíjense en la interpretación vocal: si aquella noche Dylan lo estaba escuchando, igual se le cayeron las pelotas al suelo). O rememorar, de aquel mismo periodo del 98-99, cuando atacaba con frecuencia el "Una noche sin ti" de Burning, aquí en una sentida toma acústica, diferente a las eléctricas que tenemos archivadas en nuestras colecciones de piratas calamarianos.

Como recordando sus raíces en el rock argentino, Nada se pierde también nos permite disfrutar de "Bajan", tema de Luis Alberto Spinetta que Calamaro borda en esta versión cegadora de 1999, registrada al acabar las sesiones que darían lugar aHonestidad brutal; "Pato trabaja en una carnicería", de Moris –la única canción de las aquí incluidas editada anteriormente, en el single en edición limitada (¡450 copias!) "Loco"–; y, por último, "Mejor no hablar", tema de Sumo, el grupo que lideraba el fallecido Luca Prodam.

Andrés, incluso, nos invita a compartir un "Días distintos" grabado en Tablada 25 durante un ensayo, uno de esos momentos en los que los músicos construyen en la intimidad de cuatro paredes las canciones que llevarán al escenario. Por haber, hasta hay acidez sonora, para abrir y cerrar el disco: Primero él solo en Camboya ("Up in the morning"), y al final ("Slave driver", de Marley según la versión de Taj Mahal) con su banda en una prueba de sonido.

Vale la pena adentrarse con calma en Nada se pierde (Calamaro lo guarda todo, podríamos añadir), un regalazo inexcusable para los seguidores de Andrés. Una golosina para disfrutar tranquilamente, para saborearla y ampliar la mirada más íntima sobre un músico que siempre se ha negado a ser, exclusivamente, el cantante dorado que se escucha en la radio y los videoclips.